viernes, 30 de enero de 2009

hoy me he planteado mi vida

la he visto delante de mí y le he dicho

yo: hola vida

mi vida: hola maja

porque mi vida ha pasado por segovia

yo: ¿qué tal?

mi vida: pues chica, así de pronto bien

yo: ¿seguro?

mi vida: tan seguro como que el euribor no es variable

así es mi vida

¿cómo se mete dentro la cebolla en la tortilla de patata?

(pienso en ti, nico)

jueves, 22 de enero de 2009

guans sapon a taim

guans sapon a taim ai mit a lot of pipol

bat ai dont laik ol de pipol

ai laik a fiu of persons

martes, 20 de enero de 2009

recuerdo aquellos días

recuerdo aquellos días en los que me levantaba a trompicones y me iba al cole.

era un cole muy grande y muy bonito lleno de cafés americanos y de teatrillos. allí estaban mis amigos del cole.
qué bonitos.
nos dividían en dos equipos, pero nunca echábamos ningún partido.

y los profes. recuerdo a los profes a los que más.

recuerdo a sita A. con sus tés en lata, a sita the killer , a los sitos J. y a mi novio señor profesor. lo que más me gustaba era pintar con colores en clase de sita E. y el recreo.

quizá algún día vuelva al cole.

quién sabe.

jueves, 15 de enero de 2009

segunda nueva clasificación de la raza humana


hay tres tipos de personas:
las de jamón, las de chorizo y las de queso.

miércoles, 14 de enero de 2009

capítulo uno

Los padres de Sara se marcharon cuando Sara era pequeña. Todavía iba a la escuela de doña Teresa. Se marcharon a otro país, en barco, con otra gente de la aldea, un día en el que había más niebla que luz. La noche antes de partir explicaron a Sara que tenía que quedarse a cuidar la casa. Antes de acostarse deshizo su maleta de cartón. Había guardado un pan de centeno, dos vestidos, una muñeca de trapo y un cuaderno en blanco.

Sara tenía trece años.

También le dijeron que no tuviera miedo y que los esperara, porque volverían a buscarla. Que Juan y María se ocuparían de que no le faltara de nada. Que la querían mucho. Carlos fue uno de los que también partió aquel día.

Le dijeron que la querían mucho.

Esa mañana Sara no se levantó de la cama para despedirse. Recibió un beso frío en el pelo y se quedó acurrucada, llorando. Tuvo miedo durante una semana.

Sara visitó poco a Juan y a María porque no necesitó casi nada de ellos. Se valía sola. Iba a la escuela por la mañana. Luego cocinaba lo que le apetecía y por la tarde se bañaba en el río fuera invierno o verano. Le gustaba tener frío y tiritar. Cayó enferma de tanto tiritar.

Durante dos meses ocupó una habitación en casa del médico. La cuidaron muy bien. Cuando se puso buena se fue a su casa para estar sola. Antes de irse, don Pedro le recomendó que no se bañara en el río, por lo menos que no lo hiciera en invierno. Esos meses quiso mucho a don Pedro y a doña Teresa. Incluso le pidieron que no se fuera, que se quedara con ellos, pero no hubo manera. Sara tenía que volver a su casa, a esperar. Tenía que esperar en su casa, y no en la del médico.

Siempre volvía corriendo de la escuela por si alguien estaba en la puerta de su casa.
Pero no.
Ni siquiera escribían cartas.
Y ella esperaba.
Sola.

Carlos fue el único, de todos los que se marcharon, que tomó el barco de vuelta a la aldea sin miedo a la penitencia. Viajó durante cuarenta y tres días hasta el camino de piedras. Llegó una noche de verano con una bolsa pequeña, los zapatos casi rotos y una carta para Sara.

Llamó a su puerta. Se reconocieron rápido, se sonrieron. Carlos soltó la carta en manos de Sara y se quedó un rato mirándola.

Querida hija,
Aquí todo nos va muy bien. Papá trabaja en una fábrica de telas y gana dinero. Yo estoy sirviendo en la casa de unos señores muy ricos. Me tratan muy bien. Podrías venir a vernos, aunque no hemos podido enviarte dinero para el billete. Si tú consigues dinero aquí hay una cama. Es pequeña y está en el salón. Podrías trabajar en la casa en la que yo estoy. La señora me ha dicho que vengas cuando quieras. No sé cuándo iremos. Mientras tanto cuida la casa.Te echamos de menos.
Un abrazo de tus padres.


La carta no decía nada más. Ni siquiera había una dirección a la que enviar una respuesta que no estaban esperando. Acabó de leer y lloró. Por segunda vez. Carlos decidió abrazarla durante toda la noche, entre otras cosas, porque no tenía a dónde ir.

Era lunes. Un lunes de verano.
Nadie sabía en la aldea si Carlos y Sara se querían.
Esa noche se quisieron mucho.

- ¿Por qué has vuelto Carlos?
- Allí no había nada para mí.
- Y aquí no hay nada para nadie.
- Lo sé. Tampoco lo había antes de irme.
- ¿Veías a mis padres muy a menudo?
- Trabajaba en la misma fábrica que tu padre. En cuanto desembarcamos nos recogieron en un camión y nos llevaron allí. Necesitan hombres que trabajen en sus fábricas. No me gustaba el ruido.
- ¿Hablaban de mí?
- ...
- No hablaban de mi, ¿verdad?
- No. No hablaban de ti.
- ...
- El día antes de regresar tu padre me buscó y me dio la carta.
- ¿Crees que debo seguir esperando?
- ...
- Dime, ¿crees que debo seguir esperando?
- Ahora puedes esperarme a mí.
- ¿Eso quiere decir que volverás?
- Es posible.

Durmieron desnudos y desayunaron leche, galletas y chocolate.

En poco tiempo, Carlos empezó a encargarse de los paquetes que entraban y salían de la aldea. Cada vez quedaba menos gente y la que quedaba era más vieja y más reacia a viajar hasta el pueblo para vender quesos y patatas. Era Carlos el que lo hacía. Y del pueblo traía jabones, telas, medicinas o cualquier encargo que se le hiciera. Los lunes traía ganas de Sara.

Fue precisamente ella la que le pidió el molino a Juan y María. Sabía muy bien que ya nadie lo utilizaba y que sería una buena casa para Carlos porque estaba cerca del camino grande. Además era un trato justo, porque Juan se había quedado muchas tierras de la
familia cuando murieron los padres de Carlos, dos meses antes de que Carlos se marchara de la aldea.

Carlos tenía quince años y quizá se fue a llorar el mar. A olvidarse de que no sabía estar solo. Quizá a hacerse mayor. Quizá a hacer de la soledad su oficio.

Igual que Sara. Solos.

Pasaron muchos lunes antes de que llegara aquella noche de luna nueva, pero llegó. Esa noche supo Sara que ya nunca más estaría sola. Salió de casa corriendo por el camino del molino. Llegó, llamó a la puerta, impaciente, contando los pasos de Carlos. Sonrió al verla y la hizo pasar. Sara temblaba de miedo, de frío y de lágrimas. Tercera vez. Susurró el secreto al oído de Carlos y se abrazaron.

Soledades rotas porque la cuarta vez lloraría un niño. Sería en verano.

viernes, 9 de enero de 2009

fin de ...NACER

Esa noche en la aldea permanecieron despiertas dos almohadas: la que compartían Carlos y Sara, y la de Alfredo. Como todos los lunes.

El puente, mientras, vigilando.

capítulo cinco

Alfredo, el hijo de Antonio y Sofía, sabía hacer muchas cosas. Incluso dibujar. Una vez dibujó la cara de Sara. A Alfredo no le gustaba la tierra. Y en la aldea no había más que eso.
Tierra que los entierra.

Sofía llevaba mucho tiempo en la cama aunque no estaba enferma. Simplemente estaba en la cama, sin moverse. Apenas dormía, apenas comía, no hablaba. Pero no estaba enferma. Se levantaba los día de lluvia. Abría la ventana y se asomaba para oler la hierba mojada. Luego volvía a la cama. Quieta. Callada.

Antonio la besaba todas las noches antes de acostarse a su lado. Ninguno de los dos recordaba cuánto tiempo llevaba Sofía así.

Sofía nació más allá de puente.

Antonio subió las escaleras despacio con una bandeja de fruta y pan. Sofía sólo comería un trocito de manzana, como todas las noches, pero Antonio siempre llenaba la bandeja. Depositó la comida en el regazo de su mujer y la besó en la mejilla. Bajó las escaleras y se sentó a la mesa con su hijo.

También cenaron en silencio.
Lavaron los platos y se fueron a dormir.
En silencio.

jueves, 8 de enero de 2009

capítulo cuatro

Don Pedro, el médico, estaba casado con doña Teresa, la maestra sin alumnos. Don Pedro llegó a la aldea cuando aún había muchas casas llenas, cuando los niños nacían a horas intempestivas, cuando la gente que ya no está se ponía enferma. Hace mucho tiempo.

Cuando hacía mucho frío para salir, don Pedro se sentaba junto a la chimenea y ordenaba los objetos que había en su maletín negro. Al acabar, lo cerraba y repasaba el tacto de sus siglas grabadas en el cuero. Mientras, doña Teresa musitaba lecciones imaginarias. Se hacían viejos despacio. Sin prisa. Por las noches leían libros en voz alta para olvidarse de que más allá de los muros de la casa sólo había silencio.

Y se querían mucho. Sin más.

Tenían un coche viejo, pero nunca habían vuelto a salir de la aldea. El coche lo utilizaba Carlos para ir y venir con los paquetes.

- ¿Pedro?
- ¿Si?
- Pedro, ¿quieres vino?
- ...
- ¿Qué te pasa?, ¡Pedro!
- Perdona, estaba pensando en otra cosa.
- Ya sé que estás pensando en otra cosa, ¿te pasa algo?
- No, no me pasa nada Teresa. Ponme un poco de vino, por favor.
- Estoy preocupada por ti; hace días que estás lejos.
- No debes preocuparte.
- Pues avísame cuando vuelvas, me gustaría estar aquí.
- ...

miércoles, 7 de enero de 2009

capítulo tres

El reparto en la aldea se realizaba puntualmente. Reparto y recogida. Carlos dejaba cestas vacías y recogía las llenas todas las mañanas muy temprano. Junto a las cestas dejaba también paquetes de papel marrón y cuerda (encargos traídos de más allá del puente). Carlos era genéticamente puntual. Puntualmente llegaba a la crisálida de Sara para encerrarse en su cama, junto a ella. Los lunes por la noche de ocho a seis, porque a las seis empezaba su reparto.

Igual que Sara, vivía solo, en un molino propiedad de Juan y María. En la aldea ya no había nadie que quisiera moler trigo o maíz. Cuando alguien tenía una bolsita de granos, Carlos la metía en la rueda. Pero eso ocurría muy pocas veces. En la aldea no había ni cereales ni gente. Por eso vivía Carlos en un molino.

Carlos hablaba poco, no le hacía falta hablar más. Ninguno de los que allí quedaban se habían alejado tanto de la aldea como él.

Más allá del puente.

estoy folklórica

lunes, 5 de enero de 2009

capítulo dos

Juan y María poseían una extensión de tierra superior a la que se puede caminar en un día.

No tenían hijos porque ya eran demasiado mayores. Tampoco pudieron tenerlos siendo jóvenes, porque no supieron cómo.

María sirvió leche en dos cuencos y preparó un guiso seco de judías verdes con tocino. Juan ordeñó diez vacas, se lavó las manos y se sentó a la mesa. Cenaron en silencio porque tenían mucha hambre. Habían estado trabajando todo el día. Su tierra les quitaba tiempo para hablar.

María recogió la mesa y se fueron a la cama.

Durmieron abrazados.

capítulo uno

La casa de Sara estaba junto al camino de piedras, bajo una higuera imponente. Cerca del río. Tanto, que a veces el agua se colaba en la cocina. Era una casa pequeña de una sola planta. Piedras viejas para muros y maderas azules como ventanas.

El río se deslizaba sobre las piedras grises vomitando musgos en las orillas. Murmuraba ruidos somníferos mientras Sara se cubría con sus sábanas, mientras cocinaba sus pasteles, mientras quemaba palos en el fuego.

Sara estaba atada a esa casa, a esa higuera, a ese río: una atmósfera húmeda que le obligaba a circular en torno a ella misma. Nació en la cama grande de la única habitación. Murió lejos, lejos de la esfera, su crisálida. La historia es bien sencilla: Sara sólo cruzó el puente para huir de su penitencia.

Esa tarde Sara preparó pastel de higo para que Carlos lo comiera por la mañana. Él llegaría rápido y aún tenía que cambiarse de ropa.

Toda la casa olía a higo dulce y a canela.

Se oyó el motor a lo lejos. Abrió el armario y sacó un vestido de hilo blanco. Septiembre siempre había sido cálido en la aldea. Metió su ropa enharinada en una cesta y salió fuera a sentarse en una piedra.

Esperar.