lunes, 5 de enero de 2009

capítulo uno

La casa de Sara estaba junto al camino de piedras, bajo una higuera imponente. Cerca del río. Tanto, que a veces el agua se colaba en la cocina. Era una casa pequeña de una sola planta. Piedras viejas para muros y maderas azules como ventanas.

El río se deslizaba sobre las piedras grises vomitando musgos en las orillas. Murmuraba ruidos somníferos mientras Sara se cubría con sus sábanas, mientras cocinaba sus pasteles, mientras quemaba palos en el fuego.

Sara estaba atada a esa casa, a esa higuera, a ese río: una atmósfera húmeda que le obligaba a circular en torno a ella misma. Nació en la cama grande de la única habitación. Murió lejos, lejos de la esfera, su crisálida. La historia es bien sencilla: Sara sólo cruzó el puente para huir de su penitencia.

Esa tarde Sara preparó pastel de higo para que Carlos lo comiera por la mañana. Él llegaría rápido y aún tenía que cambiarse de ropa.

Toda la casa olía a higo dulce y a canela.

Se oyó el motor a lo lejos. Abrió el armario y sacó un vestido de hilo blanco. Septiembre siempre había sido cálido en la aldea. Metió su ropa enharinada en una cesta y salió fuera a sentarse en una piedra.

Esperar.

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